sábado, 7 de octubre de 2017

CUENTO, RELATO, O LO QUE SEA. DESPERTAR Y MUSAS.


Érase una vez un escritor aficionado de pueblo rodeado de musas, la mayoría perversas. Cuando él se despertaba lentamente recordando imágenes, hechos, anécdotas, pequeñas grandezas y miserias del día anterior, no hacía ningún propósito sobre nada, ni en el sentido de enmendar algo que pensara había hecho mal, ni tampoco en potenciar lo que consideraba bien, o muy bien, hecho. Su pensamiento navegaba por los sentidos más elementales que a estas horas empiezan a despertar a las perspectivas del nuevo día sin pretender, esto pertenecía ya al pasado, que este nuevo día fuera la hostia en alegres y sabias compensaciones que te empujasen hacia un mediodía en el que tu ego se sintiera plenamente realizado como ser importante, casi imprescindible para algunos y algunas. Por tanto, iniciaba un nuevo día sintiendo que el paso del tiempo pero, sobre todo, los acontecimientos vividos en un proceso de no muchos años para acá, habían producido una sensación, estado mental y de ánimo más proclives a la soledad y al vacío que no a las alegrías y optimismos sin causa de muchas ocasiones anteriores. Esto le ocurría de forma casi natural, sin esforzarse y sin tener ninguna predisposición al pesimismo, o al optimismo,  con el que a veces se disfraza la realidad. 
Y la realidad le marcaba de forma casi mecánica que debía volver a mirar el mundo cercano, prólogo o preludio de todos los mundos, para ver cómo se mueve la gente camino de su trabajo, del mercado, del médico, andando, cogiendo el metro, el autobús o el tren. La gente, las mujeres y los hombres que son la esencia de este mundo, esencia sin la cual no tendría sentido el esfuerzo, el compromiso, la acción para cambiarlo y hacer que el paso, cada paso de los seres que lo habitan, fuera lo más estable, sólido y satisfactorio posible. Y no mirar a las personas como seres aislados, casi robots, sino inserirlos, mezclarlos, enmarcarlos en el cielo y las nubes, en la lluvia y el sol, en el frío y el calor, en la noche y el día,  en el movimiento de las hojas de los árboles, en su música cuando las agita el viento, en los diversos azules marinos las veces que se tiene la fortuna de contemplarlos, en el despertar rutilante de un día que se presenta maravilloso por cualquier acontecimiento, acción, contacto o relación que se vaya a tener, o en el gris inicio de un día que se presagia de nuevo malo o vulgar.
Y es aquí cuando aparecen por todas las esquinas de la vida las musas que se ofrecen sonrientes a hacerte la vida más fácil y feliz, al transmitirte sus más bellas y generosas sensaciones, bondades, alegrías y estímulos. Es cuando uno debe estar abierto a todo el caudal de energía que transmiten, a sumergirse en toda la belleza que ofrecen si esta es real, a no dejarse embaucar por halagos, ditirambos o imágenes trucadas. La conclusión, y con ella el final de este relatillo, es que no pueden verse las musas de cada mañana como algo que con su belleza te estimulan a crear más belleza, a ser más dichoso y a contemplar el mundo desde la atalaya exclusiva del bien, sino tener en cuenta que también te alertan al alba sobre todos los sinsabores y trampas que tiene la vida y que debes abordar sin dejarte vencer por ellas. Buen día a todos y a todas los que se lo merezcan. También a las musas, y a la musa.
                                           A ESCOGER.

  

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