miércoles, 15 de marzo de 2017


El sermón: El choque de trenes ya ha llegado

Miguel Riera. (Publicado en El Viejo Topo).
Amigas y amigos lectores: Hace unos meses os prometí dejar de sermonearos con el monotema catalán, el llamado procés. Pero voy a incumplir mi promesa y, en contra de la opinión de algún sensato colaborador de esta revista, voy a meterme en ese charco. Y lo hago para manifestar mi perplejidad, mi estupefacción, ante el aparente abandono por parte de los dirigentes políticos de la –a mi entender– única forma de superar, aunque solo sea parcialmente, la agria disputa que sostienen los partidarios de la separación con los que no quieren verla ni en pintura: una reforma constitucional que permita avanzar hacia el estado federal. El temido choque de trenes ya está aquí, ha empezado y si sigue progresando nadie saldrá indemne.
Y, sin embargo, aparentemente las fuerzas políticas siguen presas de un espejismo, el del referéndum, exigiéndolo unos, negándolo otros, como si fuera un objetivo alcanzable, olvidando las propuestas que se insinuaban hace unos meses en torno a una posible reforma constitucional.
Así que, digámoslo de entrada, y con toda claridad: el referéndum no va a llevarse a cabo, y todos lo saben. Todos lo saben.
Una afirmación tan tajante merece, desde luego, algún comentario que la justifique. Y no es difícil si hacemos el esfuerzo de contemplar el escenario político del momento –y el uso de la palabra escenario aquí no es inocente– metidos en la piel de cada uno de sus actores.
Mirémoslo, por ejemplo, con los ojos de PP. Es sabido –o debería saberse– que el primer objetivo de un partido político es alcanzar el poder, y el segundo mantenerse en él. Y, ¿alguien puede creer seriamente que el PP va a jugarse sus votos en el conjunto de España accediendo a la celebración de un referéndum del que podría derivarse –aunque sea sumamente improbable– la separación de Cataluña del reino de España? No, y mil veces no. De ninguna manera. Y quien tiene la llave para llevar a cabo un referéndum con garantías y con reconocimiento internacional es el gobierno del Estado, y no la tiene ninguna otra fuerza política. Tampoco la CUP. Así que no habrá referéndum, y la posición marmórea del Partido Popular, que es todavía el más votado y quiere seguir siéndolo, se mantendrá en este punto hieráticamente congelada, a la espera de que el independentismo se estrelle contra el muro de la legalidad constitucional, aunque no es descartable alguna oferta compensatoria hacia sus antiguos socios convergentes.
Pongámonos ahora las gafas de mirar que utiliza el PSOE (con la debilitada muleta del PSC, ciertamente incómoda pero manejable) y descubriremos más o menos lo mismo. Ni siquiera si Pedro Sánchez ganara las primarias, cosa que está por ver, los socialistas alientarían un referéndum que daría lugar a un terremoto interno de enorme magnitud y que llevaría al partido a mínimos aún más mínimos que los actuales.
Obviamente, en el caso de Ciudadanos no existe margen para la especulación: nacido en Cataluña contra el nacionalismo, no puede hacer otra cosa, si quiere sobrevivir, que ampararse en la legalidad, y que el PP le saque en cualquier caso las castañas del fuego. Su no al referéndum fue, es y será rotundo.
En cuanto a Podemos, tengo la impresión de que va a delegar en este asunto en el futuro partido de los Comunes. Estos no parecen haber aprendido gran cosa de la experiencia del PSC, que paga ahora su largo intento de hacer convivir dos almas, la nacional –catalanista– y la social, coexistencia que le ha llevado a estar situado en tierra de nadie, tratando ahora de sacar partido de los errores de los otros y procurando poner algo de sentido común en este embrollo, pero intentando armar un proyecto para el que no existen mimbres. Los Comunes, con el ánimo de recolectar en las dos almas, defienden el referéndum, pero legal y pactado, algo equivalente a mirarse el dedo olvidando la luna. Obviamente, sus dirigentes saben perfectamente que el referéndum pactado, hoy por hoy, es tan imposible como que Donald Trump consiga dominar su incontinencia verbal (de las otras aún poco sabemos), pero lo siguen postulando en una actitud que está más próxima al tacticismo que al análisis concreto de la realidad concreta, y eso ya sabemos que a la larga, como le sucedió al PSC, trae muy malos resultados. Veremos cuánto tiempo puede mantenerse ese discurso sin que se señale que el rey anda por ahí desnudo, y qué posición tomarán luego.
Están, claro, los partidos nacionalistas. Y estos, como PP y PSOE, no pueden dar marcha atrás en sus planteamientos sin caer en el abismo. Su única escapatoria, metidos como están en una vía estrecha de no retorno, es convertir su previsible derrota en alimento para sus próximas campañas, enarbolando la bandera del victimismo. Algo que les resultará fácil en este choque de trenes que ya ha comenzado.
Los exconvergentes, ahora PDeCat, están electoralmente en caída libre, amenazados por un abrumador sorpasso de Esquerra Republicana, y no pueden permitirse aparecer antes los suyos retrocediendo un solo milímetro después de haber alimentado el crecimiento de las organizaciones civiles que atizan el fuego del independentismo. Aunque, al ser la parte más débil de este enredo, agradecerían seguramente un gesto del Estado que les permitiera dar algo de marcha atrás manteniendo la cara alta. No pueden, sin embargo, tomar en ese sentido ninguna iniciativa, so pena de ser severamente castigados por el catalanismo. Y están solos ante el peligro: a su derecha, el Estado. A su izquierda, Esquerra Republicana, que les arrebatará la Ge­ne­ralitat, y eso para un partido que se ha construido sobre el clientelismo es casi como extenderle un certificado de defunción. Pero si el Estado no da un paso al PDeCat no le quedará otra que aferrarse al victimismo y tratar de sobrevivir lanzando zarpazos al aire ante las “agresiones” del Estado –cuantas más mejor. (Eso si no están sucediendo cosas en la trastienda, como la última conferencia de Mas en Madrid podría dar a entender, pero un pacto secreto de desactivación del proceso provocaría la inmediata ruptura de las relaciones entre los partidos independentistas, y la convocatoria de elecciones).
En cuanto a Esquerra, la imagen es sencilla: la del gato relamiéndose ante el ratoncillo exconvergente, modulando el tono de su victimismo en función de las necesidades del momento. Junqueras ya se ve President, sabe que no va a haber referéndum y que ello conduce inevitablemente a elecciones autonómicas (“plebiscitarias”, nos intentarán vender), que ganará, y vuelta a empezar con distinta hoja de ruta.
Haría falta un Shakespeare para relatar la mezcolanza de drama y tragedia, con matices de comedia bufa, que se avecina.
Y vuelvo al principio: ¿por qué ha dejado de hablarse de federalismo en los ámbitos políticos? ¿Es que a nadie le interesa ponerle freno –al menos por un tiempo– a las tensiones y enfrentamientos? ¿O es que, por el contrario, esas tensiones y enfrentamientos le vienen bien a casi todo el mundo por la capacidad que tienen de enmascarar o disimular la crisis, la pobreza, el desempleo? Después de todo, no hay como un buen choque de trenes para tener entretenido al personal.
Me da a mí que algo de eso debe haber, así que, aun sin ganas, no prometo no volver sobre el tema. Por si acaso.

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