lunes, 25 de abril de 2016

Noqueados.


De vez en cuando deberíamos repasar la historia, tiene ciclos. La crisis en la que nos han metido lleva ya diez años instalada en nuestras carnes. Las guerras, como bombas de racimos, se han dispersado y unificado al mismo tiempo porque, no nos engañemos, están sobre nuestras cabezas, solo hace falta que a alguien le interese encender la mecha, o que aparezca un fanático, sea de donde sea, detrás de un canalla siempre hay otro mayor, no lo olvidemos. No pretendo analizar el mundo y su historia, ¡dios me asista!, para eso tenemos expertos, analistas, agoreros, economistas, fabricantes de armas, biempensantes, humilladores, asesinos, iluminados, redentores, inversores, defraudadores, especuladores, togas remangadas para esquivar la mierda, púlpitos callados a tiempo.
Justo antes de una gran crisis hay un tiempo de enorme crecimiento, derroche, riqueza….La Primera Guerra Mundial situó a Estados Unidos en una posición privilegiada frente al resto del mundo, convirtiéndolo en el gran proveedor de materias primas y productos alimenticios e industriales. El crecimiento industrial fue extraordinario, por el contrario la agricultura no tuvo un crecimiento paralelo; los precios agrícolas eran muy inferiores a los industriales, por lo que muchos campesinos vendieron sus tierras a bajo precio y se fueron a las ciudades.
Eran tiempos felices de alto consumismo y Estados Unidos era visto como la tierra prometida, una sociedad rica y opulenta. Este clima de confianza fue lo que hizo que gran parte de la población comprara acciones de las empresas industriales, siendo Wall Street el centro de la economía mundial, donde llegaban capitales de todas las partes del mundo. Debido a que el resto del mundo no estaba en la misma situación de bonanza económica que Estados Unidos, el país no podía colocar toda su producción industrial. Esto hizo que crecieran los stocks y, por consiguiente, que cayeran los precios de los productos acumulados. Hasta finales de 1929, la compra de acciones creció cerca de un 90%. La especulación financiera hacia ganar dinero rápidamente y las acciones estaban sobrevaloradas. La gente llegaba a pedir créditos a los bancos para comprar en bolsa, puesto que los beneficios pagaban fácilmente los intereses bancarios. Se había pasado de una prosperidad basada en el desarrollo industrial a depender de la especulación.
En 1928 comienzan a notarse los síntomas de una economía en peligro, los ingresos de la población no permiten seguir aumentando el consumo, los almacenes se llenan de mercancías que no pueden ser vendidas y aumentan los despidos. Ajena a esta realidad, la bolsa sigue creciendo. No existe relación entre el valor de una acción y el estado de la empresa; la gran demanda por parte de los especuladores hace que el valor de las acciones siga subiendo. El jueves 24 de octubre de 1929 (“Black Thursday”), se produjo el crack de la Bolsa de Nueva York. La consecuencia más notable de la crisis del 29 fue el incremento del paro a nivel mundial. Los que consiguieron salvar su empleo lo hicieron con importantes recortes salariales. La bonanza económica se transformó en pobreza que se extendió por campo y ciudades. Aumentó la mortalidad y el crecimiento demográfico se detuvo. El dolar se devalúa, los gobiernos de todo el mundo toman medidas proteccionistas y se reduce el comercio internacional. La recuperación de la economía es muy lenta y hasta 1933 no comienza a invertirse la tendencia.
Entre párrafo y párrafo , miles de personas lo perdían todo, trabajo, casas, posición, medio de vida, el número de parados era cada vez mayor y la miseria, el hambre y la muerte eran sus únicos compañeros. Poco o nada importaba que los niños pasaran frío, que vivieran a oscuras, que no tuvieran un trozo de pan que llevarse a la boca, que los damnificados fueran millones de seres humanos.
Quizás convendría repasar la historia más a menudo, no solo de vez en cuando, para llegar a comprender tanto disfraz en forma de prensa, políticos, economistas, compradores de vidas, embaucadores sueltos, avariciosos compulsivos, asesinos aplaudidos todos ellos, y evitar que los hechos puedan ir desen­cadenándose uno tras otro y con consecuencias diferentes y cada vez más devastadoras. La realidad es que las víctimas somos todos, en mayor o menor medida, pero víctimas al fin y al cabo de depredadores de almas a los que nada importa que caigan dos, dos mil, dos millones o doscientos millones de personas, cada una con su historia personal que a lo único que aspiran es a vivir decentemente y en paz.
Parece que ya nada nos asombra, estamos en un cuadrilátero y “ellos”  aplauden y jalean los puñetazos que nos damos en nuestra supervivencia, no les importa que nos matemos, solo quieren circo que acalle sus fechorías. Empezamos a no distinguir las promesas vacias de los predicadores de medio pelo. Los políticos se han convertido en actores secundarios de una obra mediocre a la que no saben o no quieren poner fin. Las cárceles se están convirtiendo en hoteles de cinco estrellas por la “calidad” de sus presos, invitados a entrar por unos meses para apaciguar al pueblo, en poco tiempo salen a disfrutar del resultado de sus rapiñas millonarias, a los hechos me remito.
Algún día llegará el combate en el que nos noquearán sin miramientos, no sé si entonces habrá alguien para arrepentirse de lo que estamos permitiendo.
Carmen Vigo Navarrete.
d.a.

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